8 de octubre de 2008

AMOR 360 GRADOS (9 Sep 06)

¿Me enciendo un cigarrillo?

Mi mente ha optado por abrir paso a esta interrogante, ya que la otra duda que me carcome no me deja dormir. Estoy sentado al pie de mi cama, procurando ocupar la menor cantidad de espacio posible, esmerándome en no respirar muy fuerte para no despertar a la que duerme a pierna suelta junto a mí.

Es curioso cómo los seres humanos olvidan que se han dormido acompañados cuando no sienten la presencia y el calor del otro. Por instinto —o por joder, que también es probable—, en cuanto uno abandona la cama, el otro empieza a expandirse, estirando un brazo por aquí, una pierna por allá, hurgando las sábanas con el pie, ladeando la cabeza en posiciones imposibles…en fin, que cuando vuelves de la inevitable meada nocturna o de aquella expedición a la cocina por el vaso de agua que no tuviste la precaución de poner sobre la mesita de noche, ya han invadido todo espacio posible y no queda más remedio que despertar a la otra persona para moverle o, si resulta que tiene el sueño muy profundo, caerle encima esperando que, a causa de la presión, busque un rincón más seguro para estirarse.

Pero esta noche no espero que ella se despierte ni que se mueva de sitio. La observo y trato de entender por qué sigue ahí tendida con ese aire tan tranquilo. No es la primera noche que pasa aquí y me alegro de que así sea. Pero ¿por qué?

¿Me enciendo el cigarrillo?
Hay pensamientos que bien merecen un pitillo para poder deshilvanarlos, porque son pensamientos que se recorren por placer, preguntas cuyas respuestas en realidad no sirven a nadie pero que no se puede evitar pensar en eso todo el día y, de ser necesario, toda la maldita noche.
Vale, me lo enciendo. Aunque… estoy dejando de fumar. Llevo una semana sin encender un solo cigarro y comienzo a sentirme un poco mejor de esta tos que se me ha enganchado a los pulmones.

Mejor no lo prendo.

¡Cómo me apetece!

Tal vez, me conforme con jugar con él, sosteniéndolo entre mis dedos.
Ella, por supuesto, no se entera de nada. Está profundamente dormida y, a pesar del sofocante calor, insiste en taparse con una sábana. He procurado darle la más delgada y raída porque así estará más fresca. Supongo que esto de la sábana será una manía, aunque no la conozco lo suficiente como para asegurar que lo es.

¿Por qué una chica así ha decidido pasar esta noche aquí metida? ¿Por qué conmigo? Cuando la conocí supe que no pasaría desapercibida por la vida de los demás, pero no me incluía a mí en dicho universo. No la deseaba, pero me provocaba curiosidad. Luego vino su historia. Me sedujo a base de todo tipo de relatos sobre su vida, no ocultaba jamás ningún detalle y no mintió sobre absolutamente nada.

Al principio pensé: “Son patrañas. A nadie de su edad pueden haberle sucedido ya tantas cosas”. Este pensamiento me obligó a mirar con detenimiento su vida y la vida de los demás para corroborar mi teoría. Comencé a seguirla de cerca, a invitarla a salir para compartir algunos momentos juntos y comprobar que nada extraordinario le sucedía, que era una persona común y corriente, con experiencias de vida igual de aburridas que las del resto de mortales. Incluso empecé a saborear anticipadamente el momento en que se viera tentada a contar una de sus fabulosas anécdotas y tuviera que retirarse de la partida avergonzada por no poder distorsionar la realidad a su favor delante de mí… ¡oh, sí! ¡sí, señor! pensaba estar ahí todo el tiempo.

Así fue como descubrí su secreto e, incluso, su mayor encanto. A ella, a la misma que duerme plácidamente en mi habitación; a quien podría tocar con sólo estirar mi mano y deslizar mis dedos sobre la piel que la sábana vieja no alcanza a cubrir; a esta misma chica, que sabría inmediatamente que soy yo quien la toca y no se despertaría sobresaltada, sino que se incorporaría lentamente para estrecharse contra mi espalda, pasando su mano debajo de mis brazos, llevando sus dedos hasta mi sexo….

¡Qué difícil es seguir un orden de pensamiento sin un poco de nicotina en el cuerpo! ¡Dios! ¿Por qué no puede ser igual de sencillo dejar de fumar, que comenzar a hacerlo?
La que me provoca tanto disturbios nocturnos ha llevado una vida de lo más peculiar, pero poco habla de ello. No son esas las historias que cuenta. Ese es, precisamente, su secreto. En mi observación, descubrí que en apariencia no le sucede nada que, a ojos ajenos, pudiera ser calificado de extraordinario, pero mira el mundo con tal curiosidad y está todo el tiempo tan receptiva que acaba borracha de vida. Su desayuno, el trabajo, un anciano por la calle…todo le resulta una odisea. Me ha llegado a asegurar que un día se va a morir de gusto.

Exhalo una bocanada de humo hacia la cama (sí, lo he encendido, soy un tipo pragmático, racional pero nicotínicamente débil). Veo las volutas fundirse con su silueta. No puedo dejar de observarla. Me encanta adivinar sus facciones a través del minúsculo haz de luz que entra por la ventana. Ahora sé que lo que más me gusta son sus historias, las caras que pone cuando las cuenta y el énfasis que da a ciertas palabras con los dedos.Y está en mi cama. Una mujer que hace pocos años no hubiera podido definirse como tal… que ha llevado una vida de gitana… que ha tenido la agilidad de enredarse entre las sábanas de cualquiera y desenredarse con la misma facilidad. La veo que sabe, que le complace saber y que ansía saber más.

Ha llevado una existencia peculiar, ríe como una condenada y se desenvuelve magníficamente en todo sitio. Pero ha decidido pasar esta noche conmigo…y la anterior…y muchas otras noches antes. Siempre conmigo y con nadie más. Ella, que es tan ella, prefiere pasar sus noches aquí…

---------------------------------------

Lo miro jugar neuróticamente con una caja de tabaco. Lleva ahí cerca de media hora. Pobrecillo, está intentando dejarlo y no lo lleva nada bien. Obviamente, él cree que duermo porque finjo muy bien. A través de las pestañas puedo entrever lo que hace sin que se de cuenta.
No puede dormir, tal vez esté preocupado. Trabaja muchísimo en algo que casi nadie entiende, ni yo misma lo entiendo, aunque me esfuerzo muchísimo por comprender cada vez que me lo explica. No quiero que piense que soy tonta. Yo no duermo porque nunca ha estado dentro de mis costumbres, siento que me puedo estar perdiendo de algo.
Ahora ha sacado un cigarro de la caja y lo pasea entre sus dedos. Esos dedos que me parecen tan maravillosamente imperfectos y que han aprendido a tocar a pasos agigantados...

¡Qué envidia me da ese diminuto objeto inanimado que tantos dolores de cabeza provoca en el ser humano! Por un momento he pensado que me gustaría ser ese cigarro para que él me deseara, me tocara y me sostuviera entre sus labios hasta consumirme. Pero no, no lo hace y es precisamente eso lo que me gusta; él no te consume, ni juega contigo, ni te desea de manera insana. De hecho, el único aspecto de su vida en el que no es sano es éste, el tabaco.

En lo que va de la noche, lo he visto fruncir el entrecejo un par de veces. Cuando veo a los chicos hacer eso siempre pienso que me gustaría que lo hicieran pensando en mí, pero con él eso no sería posible, es demasiado especial.

O tal vez sí lo haga, tal vez se esté preguntando cómo fue que se encontró súbitamente desterrado de su cama. Por mucho tiempo he dormido en espacios muy reducidos y sé hacerme nudo sin ningún problema, pero me gusta ocupar toda su cama para que intente despertarme; si tengo suerte tal vez lo convenza de enmendar su falta y estar despiertos un rato más.

Sé que he llegado a su vida de una manera un tanto intempestiva, casi sin querer. Pero estoy tan a gusto entre sus brazos, que tengo pavor cuando me mira detenidamente, me aterra que se fije, que me analice, que vea mis tantos defectos y descubra que no vale la pena dormir a mi lado.

A veces quisiera salir huyendo como lo he hecho en múltiples ocasiones, llevar una vida errante, seguir encontrando placer en las pequeñas batallas que la vida me monta a diario, aprovechar este destino bizarro y olvidarme de mis fantasías pasionales.

Pero estoy aquí, con esta sábana que vergüenza debería sentir de llamarse como tal, sacando tímidamente un pie —a pesar del terror que siento de sentirme al descubierto— con la esperanza de que él se mueva y lo roce sin querer. Con la esperanza de que siga pensando en ese cigarro y me deje quedarme una noche más… sólo una noche más.

1 comentario:

Livier dijo...

Astro, te encontré, aunque supongo que no era tan difícil, ojalá pueda leerte mucho.

Saludos mexicanos!