18 de noviembre de 2008

La Coca Cola Light

El otro día me encontraba sentada en completa y agradable soledad en una concurrida cafetería mientras tomaba una Coca Cola light. Para no parecer un alma vagabunda, evité una mirada curiosa fijando atentamente los ojos en la etiqueta de la botella y fue ahí donde la vi. Frente a mí se mostraba en todo su esplendor la ironía de la vida, arrebujada en ese pequeño recoveco donde lo que quieres hace esquina con lo que hay.
En un pequeño punto del diseño había un recuadrito que decía "Energía = 0,7 Kcal". En un principio suspiré aliviada sabiendo que en el acto de exhalar ese suspiro ya había quemado la menos de una caloría de mi bebida, pero acto seguido me di cuenta del engaño. La Coca Cola, en todas sus versiones, tiene cafeína... cafeína esencial para mantenerse despierto, para no caer planchado en la mesa de la susodicha cafetería víctima de una ráfaga de cansancio. Pero ¿para qué quiero estar despierto si no voy a tener energías para nada? ¿De qué me sirve no pegar el ojo si luego no tendré la fuerza necesaria para hacer ninguna de las actividades que en un principio me llevaron a querer estar despierto?
¿Cuál es el sentido de obligar al cuerpo? ¿Cuál es el sentido de todos los sustitutivos ingeniados para conseguir lo que supuestamente queremos si la vida se encarga, al final de cuentas, de ganarnos siempre la partida en un constante juego de ahorcado?

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