24 de noviembre de 2008

Mi cruz

Es lunes. Los lunes me gustan más que el fin de semana aunque les temo. En lunes estoy a salvo, ya no puedo hacer tonterías ni decir cosas de las que me arrepienta luego, pero los lunes son crueles y me traen constantemente las imágenes de lo que he hecho mal.
El lunes es el día que me arrepiento de haber tomado esa última cerveza, el día que me doy cuenta de lo pesada que fui con el pobre samaritano que me prestó su oído en aquel bar. Un recuerdo inmediato viene siempre acompañado de otros más antiguos que me hacen preguntarme constantemente ¿qué me pasa?
Bendita semana. Paso en completa soledad muchas horas y me siento protegida, casi curada de la verborrea crónica que padezco y de esa fatídica intolerancia a los silencios. Un silencio puede ser hermoso y no necesita ser llenado con impresiones febriles de una mente inestable como la mía. Sí, claro, AHORA te das cuenta, pero igualmente se te olvidará en cuanto entres en contacto con otro ser humano en un ambiente distendido. Es como los mowais cuando comen después de la media noche y les cae agua encima. A mí no se me puede sacar a pasear después de las 12 y, sobretodo, ¡no me den de beber!
Yo quisiera ser un poco más retraída, menos ¡puff! (como las palomitas de maíz). Más mmmmmmmmmmm y menos ¡puff!, en definitiva.
En México por lo menos la gente ya sabía a lo que se atenía y desviaban la conversación a los temas que les interesaba pero siento que aquí abuso de la buena voluntad y la, a veces excesiva, amabilidad de la gente. Nunca sé lo que están pensando realmente y cuando llegan los malditos lunes no puedo dejar de preguntarme si no habré hecho el ridículo y si no habré hablado más de la cuenta. Pobre de mi amado, él también debe de amar los lunes.

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