3 de marzo de 2009

Sabiduría popular

Hay una canción muy pero muy mala que, como es de esperarse, pasan constantemente en la radio. Yo, en cuanto escucho los primeros acordes, corro rauda y veloz a cambiar la emisora cada vez que la ponen, pero el otro día que estaba en mi tratamiento anticelulítico semanal me vi obligada a escucharla de cabo a rabo porque no tengo el valor de explicarle a la masajista que sus gustos musicales apestan. 
No conforme con tenerla que escuchar, también me vi obligada a prestarle atención a la letra, ya que cuando te hacen un masaje no tienes ninguna distracción disponible, además de contar las manchas de humedad en el techo, por supuesto.
Metáforas baratas sobre Peter Pan y Campanilla aparte, la canción me sorprendió. Habla de perder al niño que alguna vez fuiste y de cómo para algunas personas eso no es necesariamente algo malo. Si tu tragedia personal ocurrió durante tu infancia, perder el rastro de esa niñez es motivo de alivio e incluso de felicidad. 

Obviamente como la canción es mala y la gente es tonta, no es algo obvio, pero escuchándola supe perfectamente de qué hablaba el cantante.

Y me puse a pensar... el cliché social pregona que cuando uno es niño todo es color y sorpresas, dulces y aventuras, que cuando dejas de pensar como niño pierdes la inocencia y te conviertes forzosamente en una peor persona. Pero gracias a la otrora odiada canción me di cuenta de que existimos unos cuantos afortunados que, como Benjamin Button, vamos hacia atrás. Mientras más nos alejamos de esos primeros años, más felices somos. Mientras más se diluyen los recuerdos de una infancia demasiado cruda y adulta, más recuperamos la capacidad de sorpresa, nos divertimos con todas esas cosas que la gente de nuestra edad no sabe apreciar porque ya las vivió hasta el hartazgo... el amor adulto en estos casos, bien canalizado, es un anestésico, es como volver al útero y saber que ya no te puede pasar nada malo, porque ya no eres un niño y puedes defenderte de las circunstancias, porque ya no dependes más que de ti mismo y lo que la otra persona te da no es indispensable pero sí es una fuente de paz. 

El problema es que por todas estas reflexiones ahora tengo la canción pegada todo el tiempo. Y a pesar de lo sabio de su trasfondo, la canción sigue siendo muy mala.

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